sábado, 15 de octubre de 2016

EL ULTIMO GRITO DE LA MODA


EL ULTIMO GRITO DE LA MODA



















Las apariencias no engañan a nadie, sólo lo ponen a uno en su lugar.









EL ÚLTIMO GRITO DE LA MODA













     Fui corriendo a buscar a esa mujer que de vez en vez, aparecía en televisión. Al principio me era indiferente, después, me caía mal. No le creía ni un carajo que fuera artista, y todo porque, yo creí que las artistas, particularmente, las actrices, eran mujeres más bellas y elegantes que ésta mujer que tenía como vecina. Nunca la vi de pipa y guante, con vestidos ceñidos al cuerpo, con estola de piel, ni nada de todo aquello que parecía de a mentiras. En una palabra: ¡No se parecía a María Félix!
     Cuando la fui a buscar, que fui corriendo, iba sudando todo el miedo acumulado en mis trece años de edad. Ella tenía joyas, sí, pero no tan ostentosas como las actrices de las películas a blanco y negro. Tenía automóvil también, pero era un coche que podían tener la mayoría de los vecinos que sí tenían automóvil. De no ser, por haberla visto varias veces en series de televisión, jamás habría creído, que en efecto era una actriz. Decepcionante; pero era actriz. No digo que sea buena o mala actriz, simplemente, decepcionante porque me desgarró la idea de cómo debieran ser las actrices.
     Pero la necesité. Pensé y con razón, que ella podría ayudarme. Se me bifurcaron las ideas, se  desnivelaron mi seguridad y mi decisión, y tomé un camino chueco que me dejó adolorido de por vida. El dolor físico pasaría, como cualquier dolor, el dolor de vida, ese… trabajo en ese.

     Con mi mano trémula di unos toques perentorios a la puerta, al creer que su timbre no funcionaba. Y es que, mi ansiedad me hacía sentir que el tiempo apremiaba, mi frustración y todo mi ser, se ahogaba en mí mismo. La puerta se abrió y ¡ay qué horror! La señora lucía unos rulos en la cabeza y lentes. Parecía peor con esa pinta y ese look: pantalones muy desgastados, tenis y una playera sin sentido. Apenas y si tragué saliva al decirle “buenas tardes” y ella de tácito sonrió. Me invitó a pasar y me sentí confortable en ese departamento que  parece un bazar con tantos espejos, figuras de porcelana, tapetes persas e infinidad de cosas que en mi casa no hay. Vaya que si tiene vicio de comprar chécheres para adornar su casa. Su esposo es un señor muy serio pero muy gentil. Afortunadamente esa fría tarde no estaba. El ámbito estaba cálido por la presencia de ella y gracias también a una chimenea eléctrica que tenía una pantalla con leños que parecían reales.
     Me invitó un refresco de cola y acepté para quitar el resabio de mi amargura y ella se tomó otro y me pidió de favor que si iba a la tienda a comprarle más gaseosas y pastelillos de chocolate. Obviamente, después de decirle mi razón de estar allí. Preferí hacerle su mandado a manera de relajarme más, y bajé los cuatro pisos y fui hasta la tienda. En el camino, dudaba si al regresar conservaría el valor de decirle sobre mi desgracia.
     ¿Qué iba a pensar de mí? ¿Y si se lo contaba ella a mi mamá? ¡Qué estúpido he sido toda mi vida! He ido a decírselo a ella por querer desahogarme con alguien, y no con mi mamá, pero, ¿y si esta mujer no se lo callaba?
      Ni me percaté si me dieron el cambio correcto cuando pagué las botanas, los refrescos y los pastelillos de chocolate que la señora me encargó. Subí otra vez hasta el cuarto piso donde la señora artista, checaba algo en su computadora, daba algunas puntada a una bufanda, al tiempo que en la pantalla de su televisor se veía una película para nadie, pero ella, como una loca, repetía los diálogos de los actores de memoria.
     Le entregué su pedido y me regaló el cambio y apenas si lo agradecí cuando el sudor de mi frente se fusionó con mis lágrimas. Ahí me derrumbé. La señora artista, apagó el televisor, cerró su computadora,  hizo a un lado la labor de la bufanda y sólo me prestó atención a mí.
      Se veía realmente bondadosa y muy preocupada por mi situación.
      Y fue eso lo que me dio la oportunidad de romper aquello que me iba hacer explotar, perder la razón, o incluso, perder la vida por mi propia voluntad. Sí, si yo no encontraba solución a mi problema, estaba resuelto a suicidarme.
      -¡Oh no! – Dijo la señora cuando le dije mi idea de matarme.
     – Todo tiene solución. – Dijo al tiempo que se desbarató los rulos y le caían unos rizos suaves sobre los hombros y fue eso lo que aminoró también el mal aspecto que me dio al principio. 
      Lloré sobre sus rodillas hablándole de mi dolorosa experiencia.
      Yo no era muy popular en la escuela. O creo que yo no me sentía popular porque no me consideraba guapo. Creo que no soy guapo, pero soy simpático. Y bueno, creo hoy, que ya menos tonto.
      Había tres jóvenes de mi edad, muy amanerados, con facciones finas, y sí, eran homosexuales. Eran ellos los más populares entre las chicas. ¿Por qué ellos? No lo sé. Estaban de moda. Yo los odié cuando vi que Laura, la más bonita de mi salón, le tenía tanta confianza a uno de ellos, al líder que se llamaba Ronnie.
       Yo era un cero a la izquierda ante esos jóvenes, y más ante Ronnie que hablaba de moda al vestir, al maquillar, a muchas cosas que yo no entendía y sigo sin entender. Y fue entonces que me asaltó una idea que al principio, parecía maravillosa. Dije que era “gay”. Sí. No homosexual. Preferí decir que era “gay” porque eso sonaba más “cool”. Y me uní con mi falacia a ese grupo de muchachos depravados.
     Parecía que iba a tener éxito. Sólo yo sabía mi verdadera preferencia sexual; y no parecía difícil al principio. Me hice bastante popular y prácticamente le quité a Ronnie a Laura. Laura me prefirió. Ahora nacía otro conflicto. ¿Cómo decirle a Laura la verdad? Mi doble vida. Cuán amarga resultó.
     Caminaba viento en popa mi hipocresía, y aunque me era muy complicado trasponer las libretas con forros de flores y mariposas y esos tonos lilas ridículos de la vista de mi mamá,  iba yo rumbo al éxito. Cuando se me ocurrió decirle a Laura, esa niña de ojos negros y profundos, esa boca de botón de rosa, y ese cutis de porcelana, que yo, parecía que era bisexual. Porque, ella me gustaba. No me gustaba nadie más de sexo femenino, le dije, sólo ella era la excepción. Se le arrebolaron la mejillas de indignación, los ojos se pusieron espeluznantemente furibundos y le tembló la mandíbula y acaso suspiró y tragó saliva, antes de soltarme una bofetada que aún me duele. No más que mi propio dolor. Pero me duele.
     ¡Cómo no habría de indignarse Laurita! Si me tuvo tal confianza que alguna vez me invitó a su casa, me metió a su recámara, se cambió de ropa delante de mí, me mostró su ropa interior que era dulce y tierna. Yo, lo admito. Me masturbé más tarde en el baño de mi casa con la imagen de aquella revelación, pero fui incapaz de faltarle al respeto. O quizá sí le falté: con mi mentira.
     La venganza de Laura fue decirles a “mis amigos” los populares. Los “gays”. Los reyes del protagonismo. Yo nunca pensé que así sucedería. Creí, que Laura sólo me descubriría como un impostor y volvería a ser relegado a la silla de los ignorados. Y me resigné a eso.
     Pasó una semana y creí que Laura no había dicho nada, porque “mis amigos” me trataban como si nada hubiese sucedido. Excepto que Laura no me hablaba, pero ellos decían “Así son las viejas, por eso nosotros, no somos ni hombre, ni viejas, somos “gays”.
     Sentía una rabia infinita cuando despotricaban contra las mujeres y más sobre Laura y la señalaban como bipolar o voluble. Yo sabía las verdaderas razones.
     Se habló de una fiesta una tarde de viernes terminada la escuela a la que yo asistí, con la esperanza de pedirle perdón a Laura. Me gustaba realmente, no sólo eso, estaba enamorado de ella.
     La fiesta estaba bastante animada cuando sentí un ligero mareo y me fui al baño, creí que vomitaría. ¡Oh sorpresa! Ahí estaban mis amigos los “gays”. Ronnie me miraba como un desquiciado, y como si escupiera, me dijo todo lo que Laurita le dijo sobre mí. Mis mentiras, todo. Yo temblaba horrorizado y estaba a nada de desvanecerme y los otros dos me detuvieron, pero no para ayudarme, sino para maniatarme con sus propias fuerzas. Me bajaron los pantalones y los calzones y Ronnie me penetró.
     Aparte del dolor, jamás creí que existiera una humillación tal como la de una violación. ¡Pobre de aquellos seres que son violados del modo que sea! Jamás creí que hubiera tanta desdicha ni pensé que maldeciría tanto estar vivo en aquel momento. Sí vomité, vomité hiel al tiempo que me herían físicamente y con palabras altisonantes. Mi mentira merecía un castigo, pero creo que no ese. Esos degenerados pusieron una pastilla a mi refresco. Eso fue lo que me mareó, y me hizo caer en su trampa. Me enteraba de todo al mismo tiempo. Yo no insulto a los homosexuales por ser homosexuales, pero a esos sí. Creo que nada tiene que ver el ser un ser vil que ser un “gay”.
     Eran quizá las cuatro de la mañana cuando Laurita me encontró desmayado en el baño de la casa de su amiga, lugar donde se dio la fiesta. Estuvieron muy ocupadas levantando el tiradero que queda en todas las fiestas. Al final dejaron el baño y fue ahí donde me vieron, con mi ano sangrando, desgarrado por dentro y por fuera, mutilado mi orgullo, destrozada mi vida por completo. Les rogué, tanto a Laura como a su amiga que no llamaran a ningún médico ni hospital de emergencias. Que no llamaran a mi madre. Que yo estaría bien.
     Lo único bueno que saqué de esto, fue el saber que Laurita jamás pensó que esos tipos fueran tan salvajes. Me acusó, sí, pero ella nunca estuvo enterada de cuál sería la reacción de estos, por lo que insistía en que yo debía demandarlos. Sí. Quizá eso debió ser lo correcto, pero no quise hacerlo. Entonces, todo el mundo se enteraría de mi mentira, de mi falsedad y de mi… pago.
     Entonces fue que hablé con la vecina artista que salía de vez en vez en la televisión. Se calló para siempre mi historia y le dijo a mi madre que me necesitaba como asistente para su empresa de espectáculos. Otra mentira, pero ésta totalmente piadosa.
     La señora me llevaba a las terapias con una psicóloga, y si bien, también fue de la idea de poner una denuncia, respetó mi decisión por las razones que ya antes dije.
      Trabajo en ello. Reprobé el grado escolar y fue fácil convencer a mi madre de que lo mejor sería cambiarme de colegio y así sucedió. He mejorado notablemente.
     Mi única angustia es pensar, a veces, que la artista algún día suelte la lengua. No la odio, pero, a veces quisiera que se muriera, o bien,  que se fuera lejos, muy lejos. Ojalá triunfara como otros y agarrara camino como esos actores que tantito se hacen famosos se van a vivir al extranjero, pero veo todo igual y tendré que seguir confiando en su buena voluntad. No parece mala persona, pero eso es, como una ligera piedra en el zapato que me tocó llevar, o bueno, decidí ponerme.
     Y pensar que a partir de que el popular Ricky Martin dijera a través de “twitter” que era homosexual y lejos de perder popularidad se hizo internacional, y yo, por mi timidez y falta de autoestima fingí ser lo que no era y dije estar a la moda: ser “gay” y di entonces, el último grito de la moda. ¡Que absurdo! El último grito de la moda! ¡Auch!

    



3 comentarios:

  1. Me encanta lo que escribe ya me estoy aciendo fan��

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  2. Me encanta lo que escribe ya me estoy aciendo fan��

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  3. ... Nunca me habría imaginado mi linda Paoliz que te gustara leer. Y como vas linda? GRACIAS POR LEERME !

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