viernes, 8 de marzo de 2024

Hombre de papel

 


CAMPOS DE PLUMAS

Hombre de papel

POR CAMPOSDEPLUMASPUBLICADO EN28 DICIEMBRE, 2023

Víctor Lowenstein

Arte: Silvia Marcela García Pineda

El día que festejaba mi onomástico número treinta y tres, sufrí mi primera crisis existencial. Comprendí de golpe y porrazo que mi vida era ya un completo fracaso. No haber podido llegar a ser lo que se esperaba de mí constituía una omisión irreparable; ya no quedaba tiempo para enmendar tan penoso yerro.

Mi familia ostenta una tradición cultural. Papá, Augusto Domeq, es un laureado escritor. Autor de una veintena de novelas policiales. Ganó su primer galardón a los treinta años, con el cuento “La noche se tiñe en sangre” (premio Emecé 1955) incluido en la antología de Manuel Peyrou Cuentos policiales argentinos. El abuelo, Hernán Bustos Domeq, bueno… habrán oído hablar de él, es una leyenda. Decano de la facultad de filosofía y letras, se consagró a los veintiún años con la novela La muerte empuña grueso calibre (premio Graham Greene 1942) que sorprendió al mundillo literario por su insuperable ingenio narrativo. Marco Denevi supo elogiar largamente esa obra; y es un secreto a voces que Bioy Casares tomó el apellido del abuelo como seudónimo para su afamado volumen de relatos policiales. Abuelo ya casi no escribe, pero es autor de más de un centenar de cuentos del mismo género y que la editorial Séptimo círculo ha reunido en la colección Bustos Domeq. Grandes escritores argentinos en una edición de lujo con la que lo homenajearon el año pasado, en ocasión de cumplir ochenta años. Es un hombre realizado y por eso lo admiro. Los foros académicos no dejan de citarlo como un autor fundamental de la lengua castellana. Respetado, leído, venerado, lleva sobre sí el aura de prócer viviente que mira al mundo como por debajo de sus ojos grises. Y lo mira con desdén. Es evidente su desprecio por el animal humano.

Soy Agustín Bustos Domeq. El vástago más joven de la familia. Profesor de Literatura en la Universidad de Buenos Aires; ¿publicaciones? Ninguna… a mi edad, padre y abuelo ya tenían obra escrita, y no poca. Si bien yo desconté desde jovencito mis aptitudes literarias, no me percaté de que jamás las había puesto en práctica. Semejante omisión podría haber llamado mi atención; al menos, de unos años a esta parte. Era necesario que el abuelo evidenciara mi negligencia pronunciando las palabras justas para ponerme en mi lugar, un lugar cercano al piso, desde donde podría levantar con la punta de su zapato la alfombra para barrerme debajo. Faltaban minutos para mi aniquilación.

Armado de calmosa cortesía, condescendí a los rituales ordinarios de un nuevo aniversario: abrí obsequios y recibí abrazos procurando mostrarme sorprendido, feliz. Difícil, pues el momento del brindis se aproximaba despertando en mí raras aprensiones. Mi intuición no se equivocaba, y corté en porciones la torta con mano trémula. El solo paso del tiempo tiene siempre un cierto toque de aversión por lo que no puede ya recuperarse del pasado; aguardé el reparto de copas a la retaguardia de la mesa familiar, de pie y sintiendo cómo temblaban mis rodillas. Se sirvió la acostumbrada sidra helada. A la cabecera de la mesa, el abuelo. Se veía magnífico en su bata de seda negra. Blancos cabellos, rostro altivo. Aguardaba su momento de hablar con serenidad. Alzó su copa. Lo imitamos. Cada uno de sus gestos resultaba señorial, como él mismo. Tomó la palabra.

—Celebramos hoy el cumpleaños de Agustín, nieto sucesor del apellido paterno. Un joven prometedor que… algún día escribirá un libro que continúe la tradición de literatos de la familia; y el orgullo de quienes hemos sabido conquistar triunfos, y, sobre todo, prestigio.

Intercambió con mi padre una mirada cómplice, frunciendo el entrecejo, y terminó diciendo:

—Por ahora, eso parece lejos y deberá trabajar duro para alcanzar lo que otros hemos conseguido hace rato…

Me miró con sus acerados ojos mientras sorbía su copa, y los demás apuramos el trago para poder aplaudirlo. Yo con más fervor que el resto para, de algún modo calmar mis temblores. Había abrigado, como cada año, la esperanza en un discurso sencillamente laudatorio. Este, había sido más bien lapidario. Se me recordaba (sutil, diplomáticamente) que, fuera de algunos poemas olvidables garrapateados en épocas de estudiante, era hasta la fecha un perfecto desconocido, un escritor sin escritos, un fracasado.

El denuesto pudo haber finalizado ahí; la humillación, rematarse con un bocado dulce y un buen trago de espumante de los que abundaban en la mesa. Después de todo era un cumpleaños más; las visitas se retirarían y los platos sucios quedaban para el día siguiente. Pero está visto que soy un hombre de papel, dócil a la presión del bolígrafo impiadoso. Me explico: tía Albertina, evidenciando su antaña sordera, amén de su extemporaneidad, preguntó a grito pelado (justo al finalizar la arenga del abuelo y los aplausos) si estaba yo por escribir algún libro…

Se hizo un silencio embarazoso. Cárdeno de vergüenza, observé en derredor mío los rostros expectantes de mi parentela. Al extremo de la mesa y cual jueces, papá y el abuelo aguardaban mis palabras. El primero con su sonrisa ladeada y sus cejas inquisidoras. El segundo detenido en una mueca de desdén. Eran Watson y Holmes, aburridos ante un caso sin solución…

Llené una copa de malbec y lo bebí apuradamente. Luego hablé. Referí estar concluyendo una Nouvelle en la que venía trabajando desde hacía tiempo, y cuyo propósito era renovar el género policial, algo decaído a falta de buenos autores… En ese punto tuve la desgracia de toparme con las miradas de Sherlock y su camarada; airadas o escépticas. Al percatarme del desbarro, mi falta de tacto quedó acusada por un intenso brote de sed que calmé de inmediato con otro buen trago del malbec. Luego bebí otro más, para darme el valor de continuar mi perorata.

—El relato policial —comencé, pontificando— se basa en el develamiento metódico de un misterio criminal, mediante el uso de la indagación racional. El interés se centra en el argumento, que debe ser sólido, bien articulado. Pues bien, me propongo trasuntar el misterio a un elemento de tensión entre dos protagonistas únicos de una trama criminal que jueguen con esa unidad también básica de intriga, conjugando los elementos propios del relato policial en una apuesta hacia la síntesis total del género…

—¿Y el argumento?

La pregunta, lanzada a voz de cuello, había partido de boca del abuelo, que aguardaba mi respuesta del otro lado de la mesa con expresión desafiante. No respondí inmediatamente, sino que bebí otra dosis del espumante malbec, que se estaba poniendo buenísimo. Calculé que tenía al menos un as en la manga: la teoría literaria era, de algún modo, mi campo, en el sentido de ser catedrático en literatura. Podría sin mucho esfuerzo arrostrar una respuesta satisfactoria superando la pregunta formulada. Lo que no calculé era que uno no desafía a una autoridad en la materia. No había un solo as en ninguna de mis mangas; nada más que una correntada de frío recorriendo mis brazos… ¿Qué podía hacer? Respondí:

—El argumento, que sigue un eje psicológico de acuerdo a las concepciones modernistas del género, merece (creo yo) derivar hacia una sutileza de acción e intelecto entre una voluntad criminal y otra voluntad que sea su contracara… —Y añadí, orgulloso de mi originalidad—: Haré del perfecto mecanismo de relojería que se supone es el relato policial, un juego de ajedrez puramente cerebral dedicado al goce intelectual de los mejores lectores.

—Pamplinas —creo que musitó el abuelo en voz baja, antes de retirarse. Algunos invitados también creyeron oportuno empezar a levantarse de la mesa. Los animé a quedarse unos instantes más; me faltaba referir lo sustancial de mi teoría: la aplicación del diálogo como fundamento del relato moderno.

—Verán, tan sólo el relato de tipo dialógico se ajusta a mi fórmula de tensión-de-cuarto-cerrado donde confronto dos protagonistas únicos. Sólo el diálogo permite reproducir con espontaneidad los caracteres de los personajes, y como decía Chandler, todo cuanto se diga debe sonar verosímil. El realismo del diálogo sustituye al enigma, lo sobrepasa a la dimensión de lo dramático, eje de toda obra seria. Exploraré la relación siempre compleja entre un erudito cínico que pretende manipular la voluntad de su contrincante; un joven inexperto que se pone a su nivel para confrontar al primero. En tal situación, el diálogo es importantísimo para caracterizar los personajes. Estilo directo, coloquial; las formas verbales propias: deícticos, interjecciones, oraciones exclamativas e interrogativas, etc. Es adecuado para el caso y debe (ja, ja, ja, por lo menos lo intentaré) combinarse con referencias no explícitas dentro del diálogo. Lo no dicho, las sutilezas, deberán estar presentes tácitamente a la conciencia del lector, que participará activamente en la resolución del juego intelectual entre los protagonistas…

Más o menos fue todo lo que dije. La voz me patinaba un poco, creo que a causa de los nervios. Lo último fue citar a Frederick Knott, guionista que escribió el maravilloso diálogo entre Ray Milland y Tony Dawson en aquel film de Hitchcock, Crimen perfecto, y me detuve pues me fallaba la voz y reía demasiado…

Fue cuando papá se me acercó; sentí la fuerza de su mano en mi hombro, y su rostro cercano diciéndome al oído “El abuelo quiere hablarte. Arriba”. Sufrí el deja vu de los lejanos días de infancia; cuando se me escapaba alguna palabrota, o cometía una travesura. No era mi padre quien me reprendía, sino el que me anunciaba que el abuelo, desde su estudio en el piso superior, deseaba hablar conmigo. Tratándose del abuelo, eso significaba que debía subir inmediatamente.

Y lo hice, como en los días de infancia. Ya no en pantalones cortos y con las rodillas sucias de tierra, pero tomado por iguales temblores en todo mi cuerpo que acusaba mi terror ante la inminente reprimenda. Porque las reprobaciones del abuelo solían ser peores que cualquier amenaza de castigo. Sus palabras, horadaban el ánimo. Sabía dónde apuntar para arrancarle lágrimas a uno; y lo peor es que lo hacía metódicamente, como si disfrutara de mi quebranto. Su intelecto se regodeaba en ello. Era un experto para los ataques verbales, esos con los que desarmaba a los escasos críticos que cada tanto juzgaban su obra escrita.

El estudio era el lugar donde el abuelo estaba a sus anchas. Su reino personal. Aposentado en su alto sillón de ratán solía meditar con su pipa de brezo encendida en una mano. Las volutas ascendían hasta la pared donde colgaban fotografías que testimoniaban su gloria vivida. De izquierda a derecha: en Juárez, México, recibiendo el premio Juan José Arreola; otra, galardonado con la faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Mi preferida, con Ernesto Sábato estrechando su mano durante un mitin político de los radicales; y siguen varias: en la Universidad de Columbia, donde fue nombrado Doctor honoris causa; con Albert Camus, Vargas Llosa, el Dr. Raúl Alfonsín, Harold Bloom, Umberto Eco, Octavio Paz, ¡Borges!, Kurt Vonnegut, Guillermo Cabrera Infante, George Simenon, Alan Tourain, Václav Havel… Escritores, intelectuales, políticos; todos admiraron al abuelo hasta la veneración; él lo sabía.

Ese cuarto contaba su historia; no sólo eran las fotografías, los diplomas, los regios muebles ni los estantes atiborrados de galardones de una vida exitosa. Eran, sobre todo, los recuerdos con que su ego gigantesco se regodeaba en un sentimiento de superioridad que sin duda estaba fundamentado en un talento genuino. Abuelo era un ser ilustre, un ser de bronce…

Como imaginarán, subí al estudio hecho un tremedal de nervios. Abrí la puerta y allí lo vi, mirándome con fijeza a través de las volutas de humo de su pipa desde su sillón favorito, soberbio. No me invitó a sentarme, por lo que me sostuve del alto respaldo de una silla frente a él. Debía hacerlo pues ya estaba, creo, descaradamente ebrio. Al verme hizo una mueca de desaprobación.

Comenzó por descalificar uno por uno y detalladamente, los argumentos con los que había armado minutos antes una teoría del cuento policial. Su discurso era tan puntilloso, tan metódico y tan frío que me dejó boquiabierto. Yo tenía todavía la noción de que era mi cumpleaños; por ende no esperaba tan descomedida andanada de reproches. Me quebré, pero mis lágrimas sólo le promovieron una reacción: la de explicar que sencillamente se estaba limitando a enumerar mis errores conceptuales. Calma, entonces. Mi despedazamiento apenas se iniciaba…

Después de tan prolijo inventario de defectos, abuelo pasó al capítulo de la humillación pura y dura: me recordó, con toda crudeza, mi falta de obra literaria propia. Toda mi «cháchara en la mesa» era un pobre tapujo verbal a mi carencia de ideas verdaderas sobre cómo escribir una buena historia. A mi edad, claro, mi padre ya tenía tanta y tanta cosa escrita, y él, tal premio y tal otro… Mi incapacidad le resultaba vergonzante. Reiteró lo dicho durante el brindis; pero no aquello de que me quedaba poco tiempo para demostrar mis talentos, sino que a los treinta y tres se es casi un viejo para enmendar ninguna cosa; y el oprobio causado al apellido familiar era ya irremediable. Respecto a lo que quedaba de su consideración hacia mi persona, si bien no recuerdo las palabras exactas, habló de «decepción» y dijo «profunda decepción» varias veces más.

Así finalizó su fe de erratas de mi vida y el abuelo calló, evitando mi mirada. Cerré los ojos abatido, y en el fondo de mi dolor comprendí todo de una vez. Era yo un hombre de papel, sin entidad, inexistente. Un dibujo en una hoja de cuaderno. También papá, pero al menos tenía un nombre literario. Y el abuelo, que no era carne y hueso, pero sí casi bronce; ¿se entiende? Era, soy; y no seré, más allá del fin de este relato, más que el pergeño de una imagen; la fantasía del autor que escribe el cuento de mi vida. Se me ha usado para trazar la alegoría del perdedor nato, y por lo visto ya he cumplido argumentalmente esa función. Mi sufrimiento, mi caída, no ha provocado un ápice de lástima en el gélido intelecto de mi creador. Despídase el lector de Hernán Bustos Domeq, de Don Augusto y de la tía Albertina; evoque por última vez la tarde ficticia de festejos en la finca familiar, esa comedia con ribetes de humor negro que dispuso mi aparición a punta de bolígrafo; retenga en su propia imaginación el color del mantel y las copas, el aroma del vino escanciado en mi honor. Si no es mucho pedir, dígale adiós a este personaje que expirará sin una queja antes de que un implacable punto final ponga fin a mi existencia.

Víctor Lowenstein (Buenos Aires, 1967). Escritor. Autor de seis libros de cuentos fantásticos. Su obra ha merecido dos menciones de honor de la Sociedad Argentina de escritores (S.A.D.E) y reconocimientos en los concursos de Siembra de letras. Entre sus libros, destacan Paternóster (FSCM, 2014) y Artaud el anarquista (De los cuatro vientos, 2015).


domingo, 24 de diciembre de 2023

TRAMPA

 


TRAMPA

Todos los juegos estaban oxidados. La resbaladilla grande, los columpios y el pasamanos estaban totalmente inservibles. El tiempo y el olvido obviaban que en ese lugar, solo el eco de los niños que fueron felices en otro tiempo se escuchaba como como un grito fantasmal para asustar a algún advenedizo, que no era mi caso. Yo estaba ahí con la esperanza de recoger algunas piezas de mi infancia; algo para poder llevar de regreso a mi cotidianidad y recurrir a ello en caso de que el peso de los años me quisiera jorobar. 

Me fui hacia el lado norte adonde estaban las albercas. Eran dos: una profunda para quienes sabían nadar y un chapoteadero. Mientras caminaba, el andar se me hizo pesado porque el fango se estaba pegando a mis zapatos junto con muchas hojas muertas de varios otoños. A nadie le importó recogerlas. Cuando llegué fui recibido por una marejada de zancudos que me atacaron con ferocidad. 

Ahí lucía peor: el agua estancada estaba cubierta por una gruesa natilla verde plagada de animales que no conocía. Aquella fauna no tenía cabida en el tiempo en el que, jamás nadé, pero solía pasarlo bien en el chapoteadero, sobrellevando el bárbaro calor de mayo. Ni siquiera hice el intento de traspasar la maleza para indagar en qué estado se encontraban los vestidores y las regaderas. 

Intenté subir al mirador y tampoco lo logré. Los escalones se desmoronaban a cada paso, como si estuviesen hechos de turrón. No me cabía en la cabeza cómo el municipio hubiese dejado que se echara a perder aquel parque tan extenso. Vaya si lamenté no poder llegar hasta arriba; desde allá se divisaba el mar. Tal vez el destino haya decidido que ni lo intentara, porque se han construido tantos edificios que probablemente no se pueda ver aquel horizonte azul que regalaba mucho de lo bueno que se necesitaba sentir para seguir ahí.

Rodeé la parte poniente golpeándome con varas que al pisarlas por un extremo, parecía que cobraban vida y me azotaban con el otro. Escuché resoplidos de animales montunos que al sentir mi presencia se escondieron por miedo. Yo también lo sentía, una culebra atarantada podía lanzarme un mordisco y hasta ahí habría llegado mi recuerdo carcomido por un encuentro inicuo con una realidad inesperada. La memoria es como un espejo frágil que se quiebra con una bofetada del presente.

El área del zoológico estaba como me lo esperaba. Lo que me indignó hasta la médula fue haber visto el esqueleto del león que las pocas noches de frío no nos dejaba dormir con sus aullidos de auxilio. ¡Se necesita tener muy poca madre para haber dejado a ese pobre animal ahí! Si nadie fue a sacar sus restos, quedaba más que claro que nadie se enteró de su muerte; una muerte lenta y en extremo cruel. Me prometí ir al municipio y poner una queja como también iría a los periódicos. Circulaban dos a muy buen nivel. Tomé una fotografía y no la pude subir a ninguna red: no tenía señal.

Me pregunté qué habría sido de los otros animales, si es que tuvieron el mismo final que el león, pero no vi vestigios de nada. 

Cuando llegué al área sur me senté en una piedra. No había nada más que descubrir. Con unos palos limpié lo mejor que pude mis suelas. Tenía la camisa pegada a la espalda por el sudor y eso que la fronda de tantos árboles me hizo suponer que se trataba de un lugar más fresco. Definitivamente que era por la humedad, esa era la que me hacía insoportable vivir ahí. Tenía ronchas en el cuello y sentía comezón en toda la piel por el azote de los mosquitos.

Salí por donde mismo entré. El portón principal estaba sellado con una cadena y un candado de unas dimensiones que hubiera jurado que se necesitarían las llaves de San Pedro para poder abrirlo. Había un hueco en la malla metálica que rodeaba todo el parque. Eran casi las doce del día, quizá por eso no tuve algún desencuentro con algún rufián, aunque dudo que alguien quisiera pasar la noche ahí, es una madriguera de animales dañeros, es un sitio peligroso.

Sentí rabia al descubrir las palapas donde la gente solía hacer pic-nic, totalmente carbonizadas. Se ve que alguien las quemó deliberadamente. 

Con el paladar agrio me fui alejando de ahí y más se refrescaban mis memorias de algunos cumpleaños celebrados en ese sitio, el Día del Niño, treinta de abril, la visita era gratis. No pensé en aquellos momentos que el tiempo pasaría, que me volvería un viejo sañudo y que me habría alejado de mi tierra, en donde la cantidad de trabajo y compromisos no permitirían que pisara ninguna trampa que me arrancara un suspiro por el tiempo pasado. Estoy aquí y no es por voluntad; es por obligación. No sé quién dijo que lo era, pero he venido. Visité el parque para hacer tiempo, porque no tengo el valor suficiente para enfrentarme a otro trancazo de la vida.

Siempre dije que no sabría cómo iba a sobrevivir si hubiésemos tenido que poner un crespón luctuoso en nuestra puerta. Me considero un cobarde irremediable, y si me comporto como un colérico es para no mostrar la realidad de mi carácter endeble. He llorado y puse como pretexto que el parque de mi niñez está hecho un desastre. Mentira: el desastre soy yo. 

Sé que me esperan, todos están pendientes de mi arribo. Tal vez ensayaron el cómo me recibirán, han practicado el tono con me dirigirán algunas palabras, o quizá no, a lo mejor me sueltan a bocajarro lo más importante: “¿traes dinero?”

Sí he traído. En casos como este, el dinero es necesario. Los funerales son más caros que las fiestas. 

Me tiemblan las piernas. He hecho tiempo en el parque recreativo que está frente a la casa donde crecí. Cada paso que doy hacia la puerta principal se me descompone el pecho. Me siento mareado y el calor me nubla la vista. 

¡Ahí está el moño negro de la desdicha! ¡Justo en la puerta! Voy a sobrevivir, estoy seguro. Solo que no sé cómo voy a enfrentar este suceso, cómo voy a ver el rostro de mi madre y qué le voy a decir, aunque ya no pueda escucharme. Cómo reaccionaré cuando la vea ahí tendida, con las manos entrelazadas sosteniendo un crucifijo.

No. No voy a entrar. Me iré a la playa un rato. Allá cavilaré y me voy a relajar recordando los veranos que hasta hipo me daba por estar tanto tiempo metido en el agua. De seguro se me van a antojar las garnachas que vendía doña Eva. Lo más seguro es que no estará ahí, sino en el velorio de mi madre.

¡Vaya sorpresa! Sí estaba doña Eva, pero no preparando garnachas. La vi regateando el precio de varias ristras de pescado sierra con unos hombres que aprovecharon la marea revuelta y les fue bien. No quise acercarme. No quería un pésame de compromiso, o aunque fuera sincero; tenía una llaga en el alma. Un pésame sería un puñado de sal en mi herida. No. No quería ver a doña Eva, pero mi mala suerte me hizo tropezar y doña Eva se dio cuenta.

―¡Rogelio! ¡Qué bueno que ya llegaste!

―Sí, doña Eva, aquí me tiene…

―¿Has visto ya a tu madre?

―No. Es que… no puedo, no tengo el valor.

―Ella se pondrá muy contenta, hijo.

―Pero… doña Eva. ¿Hace cuánto que no ve a mi madre?

―La vi hace rato. De hecho, vine a buscar pescado para la comilona por su cumpleaños.

¡Era cierto! No recordaba cuándo era el cumpleaños de mi mamá. Aunque eso era lo de menos. Doña Eva  estaba loca, de eso no me cabía la menor duda.

―¡Vamos, hijo! Tu mamá quiere verte…

―¡No, doña Eva! ¡No quiero ir! Entiéndame, siento pánico…

―¡No exageres!

―No exagero. No creo que pueda soportar ver a mi madre muerta.

―¿Tu madre? ¿Muerta?

―Me llegó un telegrama…

―¡Vaya! Así que tu mamá siempre sí te hizo la mala jugada de decir que había muerto. Bueno, menos mal que solo así viniste a celebrar su cumpleaños, grandísimo cabrón.

Sentí que me orinaba en los pantalones. Mi mamá me hizo pisar la trampa de la culpa. Creerla muerta me tenía petrificado de horror. El problema no terminaba ahí: cuando estuviera con ella cara a cara, no sabría qué excusas dar para justificar el porqué desde que me fui, hacía veinte años, no había querido volver ni en Navidades o aniversarios. Por muy mi madre que sea, dudo que entenderá cuando le diga que no tolero el calor, no funciono en ese ámbito donde el vapor me quema la nariz. Eso es verdad. Pero escarbando más no sé por qué no he querido enfrentar mi pasado, no he querido volver a esa casa renegrida por el húmedo paso del tiempo. No he querido compartir mi nueva vida con ella y mis hermanos. Nunca he traído a mi mujer y a mis dos hijos: he sentido vergüenza. No sé si eso es lo que voy a decirle.

   Ya no sabía si hubiese sido mejor que estuviera muerta...

FIN.







domingo, 3 de septiembre de 2023

YO SOLO SOY SARAHÍ



                YO SOLO SOY SARAHÍ

Nací en la costa, en Veracruz. Allá me fue a parir mi mamá en la maternidad Alejando Sánchez, un lugar pegado a la Cruz Roja y muy cerca de la central camionera. Casi, casi que se bajó del autobús para expulsarme; ya no podía más conmigo. Llegó a contarme que mi papá se puso bilioso la noche anterior a mi llegada porque mi mamá ya no sabía cómo se podía estar más cómoda, no toleraba estar sentada ni acostada y le dio por caminar de un lado al otro y esto desquició a mi papá. «Así te la vas a pasar, de un extremo a otro como centinela», le dijo él, tan inconsciente, tan colérico él.

Qué bueno que mi mamá esa noche lo mandó al carajo y se fue a buscar a la tía Romana a quien se le ocurrió que se quedara ahí con ella para que tempranito tomaran el primer autobús a la ciudad.

Nací a las diez de la mañana, me dijo mi mamá, «a la hora del quehacer, te pusiste impertinente llegando a una hora donde la mujer debiera estar más ocupada haciendo cosas más importantes que estar tumbada en una cama y pujando. Eso no se hace, Sarahí, por eso te dejé con la tía Romana».

Allá me crie con mi madrina, a ella se le ocurrió nombrarme Sarahí, con una hache antes de la «i», cosa que a toda la gente de San Pancho se le hacía raro, incluso a mí, pero a la tía Romana no se le podía cuestionar algo así como así porque se descosía hablando de tantas cosas que, entendiera uno o no, había que darle la razón. Estrictamente prohibido contravenirla, carecíamos de argumentos.

No me gusta acordarme de los tiempos en San Pancho, si llevo más años viviendo en la ciudad grande, en la capital, en el caldero del pecado, decía la madrina Romana cuando supo que Ernesto, el  hombre con el que me arrejunté, me traería para acá y después me abandonaría. No me dio ninguna oportunidad de hacerle la lucha al destino que torció los tubos que la conectan a una con la maternidad, algo obstruyó la vía, pero siempre creí que era cosa de empujar esa piedra que bloqueaba mi naturaleza. Pero Ernesto fue implacable y me dejó por incompetencia para ser madre.

No me quedó de otra que resignarme, pero ni loca me regresaría a San Pancho. Mi madrina les decía fracasadas a las mujeres que no morían en la cama de sus maridos y viceversa; aprendí a decirlo como ella: «viceversa», hablaba así para apantallar al pueblo.

 Antes difunta que ser señalada que no funcioné, que no serví, que tiré por la borda todo el empeño que puso en educarme.

Anduve al garete por un tiempo hasta que me dijeron que andaban «necesitando muchacha», perdón, requerían servicios domésticos en una casa más arriba de el Bosque de las Lomas, todavía más lejos que las casas de Chapultepec.

Cuando vi al señor, pensé que así tendría que decirle, pero era un hombre muy joven, recién casado con la señora Rebeca que se veía muy niña también. El primero en  recibirme fue don Abraham, un señorón espigado, altísimo y buen mozo. Eran judíos. No me asustaron. Estaba segura que iban a tomarme porque me llamaba Sarahí.

Hasta les dije cómo se escribía: con hache antes de la «i», justo como llevaba el nombre la mujer de Abraham, el de la Biblia. Así me lo explicó la madrina Romana.

―Sarahí de Abraham hubiera querido ponerte, pero esta bola de ignorantes nunca lo hubieran entendido porque son obtusos como tu padre, hija ―solía decir la madrina Romana.

Entonces tuve que ir jalando hilos de un canuto de paciencia que instalé en alguna esquina de mi ser, porque mi madrina hablaba raro, y era cosa que si no estaba de buenas me dejaba chapaleando en un pantano de dudas y no me quedaba tranquila así. Por eso le encontré el modo y me fueron creciendo un poco las entendederas, no sé si sea correcto decirlo como lo he dicho, pero lo que sí, es que de mi madrina aprendí mucho.

Lo que me falló fue la suerte y ahí sí ni modo. Me acostumbré a conformarme, acepté que seré muy Sarahí como la de Abraham, pero eso no me convertía en la original, yo era una Sarahí de nombre, de dicho, algo sobrepuesto y endeble que se puede sacudir con facilidad.

Ya tengo sesenta años y no soy importante para nadie. Tal vez un poco para doña Rebeca, que, aunque jamás me cuenta sus cosas, es gentil, es una mujer educada y por eso le debo de estar muy agradecida.

Ha tenido la delicadeza de ponerme ayudantes porque la casa es enorme, solo que las ayudantes no duran; se van pronto porque se embarazan de sus novios, porque no se entienden con los patrones o nada más porque les da la gana.

No hace mucho que llegó Eva. Me cayó bien la chamaca. Es bonita, pero cuando la traté más me imaginé que no iba a durar. Solo que nunca pensé que se fuera a ir como se fue. No reparé en que los niños estaban creciendo; sobre todo Jacobo. Tal vez ni la misma doña Rebeca se dio cuenta que los niños desaparecían frente a nuestras narices. David sí sigue siendo niño, no sé cuándo nos dará la sorpresa.

Tengo el corazón arrugado más que mi cara y mis manos. Las grietas del tiempo en el rostro no duelen; las del corazón sí, mucho. No me gustó cómo vi a don Isaac la noche que ellos celebraron el Pésaj. Se parece a la Navidad de nosotros, sólo que ellos lo hacen en otro tiempo, como pasada la Semana Santa. A mí me gusta, siento el espíritu festivo cuando preparo el cordero que se coloca en un plato especial, no sé por qué se debe poner un huevo duro y algunas verduras amargas como el rábano. También traen un pan raro. Todo hubiera sido perfecto de no ser por cómo se veía mi patrón. Le pusieron una peluca con un peinado de mujer. Su mirada estaba lejana, como visualizando un anhelado futuro glorioso que se le estaba escapando al tiempo que se burlaba de él. Sus ojitos azules parecían un lago muerto por un cieno malicioso. Cada que me asomaba al comedor veía a todos muy alegres y platicadores, tan ajenos a la pena de mi patrón, con todo el peso de algún dolor que flotaba a su alrededor y luego se instalaba en el color violáceo de sus ojeras.

No sé cómo le hice para aguantarme las ganas de llorar, si hubiese llorado, Eva se habría burlado de mí; parecía que no le caía bien la familia, sobre todo la señora. De buenas a primeras empezó a hacerle mohines de burla a escondidas, a torcer el gesto cuando oteaba su ropa. Con la cara verde de envidia decía que usaba perfumes y ropa muy caros. ¡Pobre Eva! La entendí y por eso no la acusé. Comprendí que con toda esa juventud y belleza se le despertaran los celos. A mi madrina Romana le hubiera caído muy bien; era una chamaca con muchas ambiciones, hasta estaba yendo a la escuela de comercio a estudiar, según me dijo quería llegar a ser secretaria. A lo mejor lo va a lograr, pero aun así debería andarse con cuidado, una persona con tanta fuerza y calor en la sangre, puede levantar un remolino que arrase con todo a su paso: aquí dejó un desastre, uno más que se sumó a la calamidad que nos estaba amenazando.

Fue que a don Isaac de repente se le empezaron a hinchar los pies y se empezó a enflacar, de la nada, se fue yendo en picada sin detenerse como cuando se les hace una carrera a mis medias. Yo percibí una vibración oscura alrededor de la casa. En un principio creí que el niño Jacobo había tenido la culpa, se volvió retobado, perezoso y hasta sucio, cosa que antes no era así. Pero como ya antes dije, frente a nuestros ojos se disolvió el niño y empezó a asomarse un varón que ni parecía tan hombre, pero eso sí, se estaba tragando a la criatura inocente de antes. 

Después me di cuenta que Jacobo no tenía culpa de nada, fue el soplo mal agorero que nos escupió una salazón que no sé cómo se va a remediar. Y ni cómo preguntar nada si vi a la señora a punto de romperse toda. Le dio por pintar en su estudio dibujos raros, pinceladas de loca, trazos de desquiciada, además, yo sólo soy Sarahí. Mis deberes eran los mismos: estar pendiente de lo que corresponde, tener la comida a punto. Hacer la limpieza; ahogar mis quisquillas en el trajín de las sábanas que había que lavar, desentrañar la angustia evitando que se llenara de cochambre la estufa; fregar hasta lo más recóndito de lo invisible, a mí no debía importarme la suerte infausta de don Isaac.

Mi madrina Romana me habría molido a golpes, por supuesto, antes que cualquier cosa, por haberme empleado como sirvienta y después por metiche. Y es que no le di tiempo de moldearme a su modo, la sesera no me dio para ser como ella que fue modista; nunca fui diestra para cortar tela y armar piezas hasta convertirlas en un vestido.

Por eso estaba fregando platos, encerando pisos y planchando cortinas. Solo que de repente, el polvo en los muebles se hizo más denso y olía a desgracia. Empezaron a nacer arañas al por mayor, de modo inconcebible llovieron pájaros muertos como en las novelas inverosímiles de un tal García Márquez.

Clarito sentí cómo se desintegró algo dentro de mí cuando vi a don Isaac todo calvo, con algunas hebras amarillentas pegadas al cráneo de su piel blanquísima que ya no parecía saludable, era un color que anunciaba tragedia; las cosas iban mal y ni así se le bajó el mal humor que le hacía sorrajar vasos, jarras y todo lo que le llegara a las manos. Cada que se iba de viaje con doña Rebeca al extranjero, volvía peor de salud y su mal genio intacto. Conmigo nunca fue grosero y eso hizo mella en mí. Si me hubiese tratado con más severidad, no estaría como estoy; una tristeza insondable me tiene en vilo.

Gracias a una de esas salidas a Houston, fue posible que le preparara un pastel al niño Jacobo porque cumplió quince años. Vinieron los abuelos don Abraham y doña Leah; se portaron de lo más cariñosos con los niños, como siempre, pero también con nosotras, con Eva y conmigo. No vino más nadie, no llegaron amigos del colegio, a lo mejor por eso el chamaco cortó su rebanada de pastel y se fue a su cuarto a estudiar, al menos, eso fue lo que dijo. Yo le noté un aura triste que lo hacía parecer jorobado, tal vez él no se daba cuenta, pero la desgracia que ululaba en silencio contra la familia la sentía su alma inocente.

Doña Rebeca llegó a estar tan desesperada, que se atrevió a traer a una yerbera de las que hacen sahumerios y adivinan cosas mirando al trasluz un huevo de gallina vaciado en un vaso de agua. Eso, ni mi madrina Romana lo hubiera hecho, bueno, al menos no en el tiempo en que me crio a mí, era una católica empedernida. Pero a como estaban las cosas con la familia Ulensky, no sé, tal vez. 

El colmo fue cuando la señora dijo que iba a ir a buscar a unos cristianos filipinos que decían que hacían milagros, y hasta dijo: «que viva Jesús». Lo dijo con un dejo de amargura porque su esperanza estaba mermada con tanta visita a médicos y gente que no solucionaban el problema de don Isaac, se nos estaba muriendo ante nuestros ojos, así como Jacobo niño desaparecía para convertirse en otra persona se nos estaba escabullendo el patrón, depauperándose sin remedio. No sé por qué lo dije en plural, me ganó el sentimiento, siempre se me olvida que sólo soy la sirvienta. Por mi parte feliz que la señora nombrara a Jesús, pero eso no era cosa de judíos, no de esos judíos.

Nadie pudo hacer nada. La marejada con despojos que infectaron la casa llegó a un nivel que no sospeché porque me quedé dormida, tal vez me venció el cansancio de la preocupación o la cabrona de Eva le puso algo a mi comida o a mi bebida. Jacobo trajo a sus amigos, a una mujer de la vida galante, una exótica, una puta, pues, y eso, de haber estado yo presente jamás lo hubiera permitido, aunque yo sólo fuera Sarahí, al muchacho lo habría reprendido y si se me hubiera puesto al brinco habría recurrido a los correazos, aunque después me demandaran o me corrieran. Las cosas estaban muy calientes como para echarle más leña a esa fogata perniciosa que nos estaba calcinando sin piedad.

Eva tuvo la osadía de hacer cosas impronunciables con Jacobo. En la recámara de los señores, con la ropa de la señora, se roció el cuerpo con el perfume exquisito de doña Rebeca; se pasó Eva. Fue echada en el acto y me enteré hasta el otro día: la casa y la familia eran el acabose.

A mis dudas sólo me respondía el silencio tenso de la respiración de doña Rebeca, los sollozos que escuchaba a lo lejos desde su recámara hasta mi cuarto que estaba un poco lejos del de ella, un poco más cerca de la cocina, el departamento único que debía importarme. A veces les daba permiso a mis recuerdos que espantaran mi presente con ráfagas de mis primeros años en San Pancho. Me engañaba volando en quimeras pensando que yo solo tenía treinta años, nada tenía de malo aturdirme en postrimerías alucinantes al final de mi camino; soñar, era lo único que tenía a la mano y era gratis. Vivir aquel presente era un entuerto que no se disipaba con nada, no existía un analgésico para ello.

Y se llegó la hora. Me tragué el nudo que se me atoró en la garganta y lloré como no recordaba haberlo hecho antes. Se murió don Isaac, mejor se murió mi patrón y no el bicho raro que llevó Jacobo para hacer un experimento; creí que se estaba volviendo un salvaje porque ese animal se estaba hinchando como se empezaron a inflamar los pies de don Isaac. Pero ahora el muerto era el señor de la casa y no Goliat, así le pusieron al bicho.

Yo no sé lo que hubiera dado con tal de que no hubiese sufrido tanto si de todas maneras se iba a morir. Dejó en un légamo de incertidumbre a doña Rebeca, y era mentira que porque tenían dinero, como decía Ismael, el chofer, que la señora no tendría problemas. Los tendría, de hecho, tenía tremebundo problema desde hacía meses. Yo solo le rendí un pésame de compromiso, ni modo de perderle el respeto y abrazarla diciéndole que lo último que yo hubiera querido era que don Isaac se hubiese muerto, no tenía ningún derecho de decir eso ni más nada, tenía que tener presente que yo solo fui, soy y seré Sarahí. Nada más impropio que romper las paredes que nos colocan a cada quien en su sitio, como los muebles que se crean para estar en un lugar determinado. Sarahí debe ser como una silla que sirve para sentarse, una mesa para poner un plato de comida, un retrete para ponerle el culo encima, no más.

Tendría que estar lista para hacer lo que me dijeran sobre la mentada Shiva, ese duelo sin el muertito que suelen hacer los judíos. Los tendría que ver sentados en el suelo, comiendo cosas raras usando sus ropas rasgadas, y me empeñaría en hacerlo de la mejor manera, servir solícitamente y mostrarme serena ante la aflicción de los dolientes, al fin y al cabo, para eso me han tenido aquí. Pasado un tiempo, doña Rebeca podría conseguirse otro marido al que yo no le pareciera bien por vieja, no lo sé, no soy un artículo de primera necesidad, hay gente mejor que yo y el nuevo jefe de la familia me podría poner de patitas en la calle, eso ha sido y siempre mi culpa, la resulta de que yo sólo soy Sarahí y no hay más nada qué hacer al respecto.

FIN.


Relato que me inspiró mi personaje en la película que hice.


miércoles, 26 de julio de 2023

Ando en chinga


 Amigos, les envío saludos por acá. Siete meses y mi teléfono ya se llenó. Son muchos chats y los que me importan son de trabajo. Cada producción en la q trabajo hace un chat para q estemos en contacto. Todos se manejan con imágenes y otros archivos.

Estoy en la pre de la película. Muy feliz.

Apenas y dormí 4 horas.

Tengo prueba de maquillaje, peinado y vestuario. También ensayo de trazos.

Tal vez tendré tiempo de leer y escribir, el personaje no tiene ninguna complejidad, pero ahí voy a estar. Solo seré el ama de llaves de una familia judía.

Abrazos y besos a todos. No vi los caminos de la vida o esta historia me suena. Me mandaron un pedacito. 

Chao. 

lunes, 3 de julio de 2023

Ese "amigo" que ya no es mi amigo

 Queridos compañeros:

Les comento por acá, ya que el chat requiere más tiempo y yo estoy muy ocupada.


Ciertamente, en Kansas tuve un amigo que quise mucho y andábamos como "uña y mugre" por todos lados. Y sí, siempre tuve la sospecha que era gay, pero respeté lo que él siempre afirmó:

No soy gay, soy normal. No tienen idea de cuánto me molestaba que dijera eso. No insistí con la pregunta, pero todo el tiempo la gente le preguntaba y si solo se hubiese concretado en decir, "no, no soy gay". Ya el "soy normal" estaba de más. Un punto a su favor es que tenía mucha paciencia. ¿Con qué derecho lo cuestionaban? ¿A quién le importaba tanto? No tenía por qué responder.


Cuando me volví a México la amistad siguió, pero se rompió horrible cuando "mi amigo" se equivocó y envió un comentario sobre mí, y me lo mandó a mí.

Es una ruca, cómo crees que me la iba a coger, la estoy usando para que, cuando me vaya a México, me meta a Televisa. 

Aparte del escrito llegaron fotos de él en calzones mostrando la punta del pene. Le llamé y el pobre hasta lloró. Me dijo que lo hizo para quitarse de encima a un tipo que lo estaba acosando. No le creí, por supuesto. Hasta ese momento supe que mi amigo no era. 

Sí me dolió, por supuesto. Lo quería mucho, muchísimo. Su mamá siempre me agradecía porque yo estaba siempre presente para sus cosas, lo maquillaba y caracterizaba, le gustaba cantar e imitar: no cantaba y menos imitaba. Era pésimo haciendo eso.

Y bien, hará cosa de más de un par de meses, un señor que canta muy, pero muy bien, -a quien ingresé al medio artístico porque no era justo que fuera fan y pagara por cantar, merecía que le pagaran por hacerlo y lo logró, logré, logramos- me llamó para decirme que "mi amigo" estaba en serios problemas. Él no se enteró de que ese amigo, ya no era mi amigo.

Me dijo que traía una tobillera o grillete, no sé cómo se nombran, pero es para que no huya los que están acusados y en lo que llega su juicio tienen arraigo domiciliario. Pues que estaba así, y que una hermana de él había sido asesinada. Busqué en notas periodísticas y sí, penosamente, la joven andaba con un señor y él fue el primero en aparecer muerto y ella semanas después. Esto ocurrió en mi país, en Cuahtémoc.

Después me volvió a llamar para avisarme que ya era el día  del juicio. Más tarde que resultó culpable de abuso a una menor de edad; su sobrina de entre siete a nueve años.

Recuerdo que tenía filmación con Carlos Carrera, nada más y nada menos. "El crimen del padre Amaro" les doy un ejemplo. Me abrazó muy fuerte Carlos y me dijo que entendía mi pena. 

Era mi amigo, lo quise mucho y tenía los sentimientos cruzados. La niña que fue abusada lo denunció cuando ya tenía trece años, algo así. Es decir, era mi amigo cuando hacía eso, ¿cómo pudo suceder? Y a decir verdad, yo veía cómo la miraba, pero siempre creí que era su deseo vehemente de tener hijos. Él me dijo que era su anhelo, pero no encontraba a la mujer ideal.

Eso es todo.

Bien por el tema que están tratando y si alguien quiere escribir NO HAGAN ESAS ALHARACAS. Nunca le digan a nadie que no escriba de tal o cual tema porque está trillado. ¿Saben cuántos libros hay sobre Frida Kahlo? Yo tengo siete, por lo menos. Y no pude comprar el diario y "El pincel de la angustia"; costaban miles. Así que, ¿por qué no escribiría alguien de un tema como el que aurgió en el chat? 

Nada nuevo bajo el sol hay, compañeros. Es el modo, tono, forma. Es la manera de contar la historia lo que hace funcionar un escrito. A mí no se me antoja escribirlo, pero es a mí, de ahí cada quien escriba lo que quiera y lo que pueda.

Gracias, niños, por mucho.

Un abrazo.

viernes, 30 de junio de 2023

HUELLAS CRIMINALES


Hola, chiquillos. La verdad hasta salté de sorpresa y euforia con su mensaje, nunca me salí del chat y no sé cuánto tiempo estuvo dormido.
Pues es tiempo de cosecha, niñes. Aquí mi segundo relato antologado y les dije que fue en "honor" a un PENDEJO que no vivía si no andaba oliéndome los pedos (a lo mejor se los imaginaba), aunque maricón, pero parecía enamorado de mí. Una mierda de ser humano, el de Los Cabos, y bien, este tipo de literatura no me encanta, leí solo un relato de la antología y no, pero si a ustedes les gusta pueden adquirirlo en la editorial. Está en Colombia, pero tienen sede en México, al menos, la imprenta; de tal manera que si quieren el libro lo envían desde México, no sé en otros países: en este chat habemos de varios países. Lo que sí, tardaron mucho en llegar. Este en particular, estaba echando raíces en la oscuridad de vigilancia del condominio, los "polis" siempre dijeron que no me llegó nada, hasta que ayer me metí y les revolví a la brava todo su desmadre y encontré el paquete.
Yo no vendo libros, no adquirí de esta colección. De la antología de Cuento Urbano ABISMOS DE LA COTIDIANIDAD sí tengo, muy poco porque compré para regalar, pero si alguien más quiere, avíseme.
Por supuesto que les pasaré el relato en unos meses más, no cedí los derechos indefinidamente, solo un año. 
Y ahora la buena nueva: estoy trabajando en la producción Genoveva Martínez escribiendo "Esta historia me suena". Trabajé como actriz en una "Los caminos de la vida" y NUNCA he visto un solo capítulo, ni el mío porque aún no sale. Pero esta preciosa mujer, Genoveva, le gustó mi relato (le regalé el libro) y me llamó en cuestión de horas para ofrecerme escribir una historia de una canción de la niña que hizo de mi nieta en "Como dice el dicho", recién pasó, no supe exactamente cuándo, pero lo vi después. Y pasé la prueba. Así que no me queda nada de tiempo para charlar ni nada; escribo de noche. 
Es pesado, sí. Hoy (o ayer) envié como tres castings que me pidieron a través de una plataforma. Voy a hacer una "peli", pero no tengo las fechas exactas, sé que es a finales de julio y no más. El personaje no tiene ninguna complejidad. 
Así que es por ello que no ando en los retos ni nada de eso. Bueno, sí, en unos microrrelatos los jueves, pero es algo bastante lúdico.
Eso es todo, niñes.
Felices letras. 
LG.
*GRACIAS POR SUS FELICITACIONES.

 

domingo, 16 de abril de 2023

NO ME LO ESPERABA

 Pero a la vez sí. Cómo les explico: me sentía con mucha confianza. Creí en el relato desde que puse el punto final. Pagué a un lector Beta y se ajustaron cosas mínimas, aunque lo más grande fue EL TÍTULO. No me acuerdo cómo se llamaba, lo que sí, es que era un poco rebuscado. Ya me acordé: TODO VA A ESTAR BIEN. Se llamaba así porque esta frase la dice el protagonista dos veces. La lectora Beta (Lucía) sugirió y casi ordenó que se cambiara el título a EL SENADOR y propuso algo como: "ANTES QUE SE ENOJE EL SENADOR". Yo creía que se adelantaba la trama pero no resultó así. Los comentarios de los amigos a quien envié el escrito, siempre fue este: YO CREÍ QUE ERA SENADOR. Es decir, hay un plot twist que ni me di cuenta, obvio, yo conozco la historia. Creo que lo que resultó es que no se ve forzado, el personaje está montado en su papel de senador. En la narrativa en diálogos se ve que no. 

También, me lo comentaron y concordé, el tema es fuerte, crudo y real. Por desgracia, la mayoría de nosotros hemos tenido un familiar así.

Estoy disponible para todas sus preguntas (EN PRIVADO Y VOZ A VOZ) no tienen idea cuánto he escrito y quiero descansar. Justo (antes de enterarme) mandé mi novela a dictaminación cuando me enteré por una llamada de Argentina que gané, ya sé, el concurso fue en Colombia.

Es todo guys. Bye.